domingo, 25 de enero de 2009



REPORTAJE: IDA Y VUELTA El teatrillo del mundo (Antonio Muñoz Molina 24/01/2009)ELPAIS.com

En Granada a los títeres de cachiporra les llaman cristobicas; en mi tierra de Jaén les llamábamos chacolines. Se corría por nuestro barrio la voz de que en el corral o en el zaguán de alguna casa iban a hacer chacolines y aquellos niños antiguos que casi nunca habíamos visto un televisor nos congregábamos sentados en el suelo para dejarnos hechizar por un pobre teatrillo que otros niños habían improvisado para ganarse unas pocas monedas pero sobre todo por el gusto de jugar, por la atracción primitiva de los títeres que parecen poseer vida propia aunque se vea que una mano los mueve y hablar con voces impostadas y darse rígidos mamporros. Los gritos que nosotros dábamos para avisarle en vano a Caperucita de que el lobo se le acercaba traicioneramente por detrás los oía yo resonar muchos años después cuando ya era un adulto y llevaba a mis hijos pequeños a una función de títeres de cachiporra en la plaza de Bibrrambla en Granada; los muñecos eran más sofisticados, el teatrillo tenía decorados de tela y cartón y se cerraba y se abría con una cortina, pero el espectáculo se mantenía idéntico, igual que las caras maravilladas o sobrecogidas de los niños que levantaban los ojos hacia esos seres diminutos y fantásticos que no eran de verdad y sin embargo tenían la capacidad de arrastrarlos en sus aventuras. A diferencia de nosotros, sus padres, esos niños se habían acostumbrado casi desde que abrieron los ojos a las imágenes realistas y veloces de la televisión, a los simulacros tecnológicos de los efectos especiales: y sin embargo reaccionaban con la misma inocencia ante aquellos muñecos rudimentarios de cartón, y suspendían su incredulidad para dejarse arrastrar por aventuras primitivas que habían venido contándose con muy pocas variaciones durante muchos siglos, representándose con títeres movidos por las manos o por hilos que sólo gracias a la imaginación se volvían invisibles...

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